2019
Ellas merecen ser recordadas
Abril de 2019


Voces de los Santos de los Últimos Días

Ellas merecen ser recordadas

Cuando me casé, mi abuela Locha (Teodocia Gonzáles Bardales) me regaló una deteriorada silla mecedora de cedro que a su vez ella cargó durante diferentes etapas de su vida. La silla ha sufrido varias restauraciones, así que ahora luce un poco más atractiva de como la recibí. Sin embargo, todavía conserva su toque antiguo, como una matrona sabia y robusta.

En esa silla se sentó mi abuela durante horas para meditar, llorar la muerte de sus hijos, platicar con familia, vecinos y amigos y acunar a sus muchos nietos, especialmente a mí. Ahora que ella ya no está conmigo, al sentarme en su silla recuerdo con gratitud mi linda infancia, su amplia y hermosa sonrisa, las historias de su propia madre, y puedo sentir en mi mente y corazón sus dulces besos. La extraño, pero tengo un repertorio de historias que he contado y escrito de ella para mis futuras generaciones.

Recordar es retener algo en la mente; podría ser algo que consideramos preciado y queremos conservar para siempre. De hecho, el origen etimológico de recordar es un tanto significativo, pues proviene del latín recordari, compuesto por re (de nuevo) y cordis (corazón). Si uniéramos ambos significados, la palabra recordar significa literalmente “raer de nuevo al corazón”. Recordar es traer a la memoria enseñanzas aprendidas. Es además evocar olores, sabores, momentos, palabras y sentimientos que nos traen felicidad, nostalgia o melancolía. Bien decía el poeta escocés James Barrie, “Dios nos ha dado recuerdos a fin de que podamos tener rosas de junio en el diciembre de nuestra vida”.

Usualmente recordamos para sentirnos felices, para darnos consuelo cuando estamos afligidos y para saber que somos amados. Recordamos para sentir que somos parte de un grupo al cual pertenecemos y que, sin importar cuáles sean las circunstancias, nunca estaremos fuera y se nos recibirá con calidez y amor. Precisamente refiriéndose a esto el presidente Thomas S. Monson decía: “Retoma tus raíces, a tu familia, a las lecciones aprendidas, a la existencia vivida, a los ejemplos demostrados, sí, a los valores de la familia” (Thomas S. Monson, “Cómo llegar a ser lo mejor de nosotros mismos”, Liahona, octubre de 1999).

El recordar de dónde venimos, es decir, nuestra raíces y por ende nuestros antepasados, nos provee identidad, promueve nuestra autoestima y nos brinda esperanza. Al conocer las vicisitudes y pruebas por las que pasaron las personas que nos antecedieron, sentimos respeto, admiración y deseos de ser como ellos fueron. Desarrollamos el deseo de tener su coraje férreo al enfrentar la vida y aprender a vivir reconociendo cuáles son las cosas que realmente importan en este viaje terrenal.

Estas nobles personas, nuestros antepasados, nos dejaron lecciones de paciencia, tenacidad, tolerancia y el valor del trabajo arduo y honrado. Dichas lecciones son el legado invaluable de ellos para sus descendientes. Si no contamos de sus vidas y hazañas a nuestra progenie, ellos quedarán en el olvido; realmente solo quedará de ellos la secuela microscópica de su existencia terrenal en nuestro ADN.

La única manera en que se recuerde su legado después de algunas generaciones es preservando su existencia a través de registros físicos con fechas y lugares específicos, historias escritas, videos, fotografías, objetos preciados y anécdotas orales que pasen fielmente padres a sus hijos por el resto de sus generaciones. La aplicación “Memorias” del programa FamilySearch, permite preservar estos recuerdos para nuestra posteridad y al mismo tiempo compartirlo con otros miembros de la familia.

Al conocer a nuestros antepasados, aunque sea por referencia de otros, podremos sentir gratitud y amor hacia ellos. De no ser por ellos, definitivamente no estaríamos aquí, disfrutando del gozo de estar vivos.

Soy feliz de ser quien soy. Soy la nieta de mi abuela materna Locha. Ella fue testigo de mi entrada triunfal a este mundo y tuve la dicha de tenerla entre mis brazos cuando ella partió de esta tierra a los 94 años. Mi abuela Locha fue hija única, criada por su luchadora madre. Yo soy madrugadora, trabajadora y defiendo la verdad como ella. Tengo una manera peculiar de cuidar y proteger a los míos, tal como lo aprendí de ella.

Quiero que mis hijos conozcan a mi abuela Locha, a su madre Benita y a su abuela Isabel. Yo no conocí a las últimas dos, pero tengo una idea muy clara de cómo podrían haber sido, gracias a las historias que me contó mi linda abuela. Sus vidas son parte de mi tesoro. Ellas tienen un lugar muy especial en mi corazón. Ellas merecen ser recordadas.