2019
El ayuno como una delicia espiritual
Agosto de 2019


Voces de los Santos de los Últimos Días

El ayuno como una delicia espiritual

Decidí ayunar el mismo día en que tenía una asignación para fotografiar comida. Estuve a punto de comer, pero recordé que podía y debía vencer al hombre natural dentro de mí.

Me dieron la oportunidad de hacer las fotografías para una empresa que produce empanadas suramericanas. En el estudio en donde se hizo la sesión había todo tipo de suculentos ingredientes vegetales y todas las combinaciones de empanadas imaginables: napolitana, mixta, hawaiana, entre otras.

Mi tarea era hacer que cada fotografía demostrara, de la manera más atractiva, la delicia que estaba ante mis ojos. El gran desafío era que yo había comenzado un ayuno horas antes y mi creatividad estaba nublada por el hambre.

En mi mente pensaba en que podría romper el ayuno y postergarlo para la próxima semana. De todas maneras, me decía, el Señor entendería la gran tentación que tenía ante mis ojos y, al final, comprendería que era parte de mi trabajo.

Aquel pensamiento era cada vez más intenso, y mi conciencia estaba casi tranquila de que, por lo menos, yo no había contribuido a desperdiciar la comida en el set de fotos. Pero al mismo tiempo tenía un conflicto interno. ¿Valdría la pena romper mi compromiso con Dios por ceder a la tentación de mi hombre natural?

En aquel corto momento me estaba dejando influir por los apetitos y sentidos de la carne, en lugar de escuchar al Espíritu Santo. Lo que yo estaba enfrentando era como dice la Escritura en 1 Corintios 2:14: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”.

Aquellas empanadas me parecían el platillo más atractivo del mundo, y el hambre me parecía como el de una jauría. Yo tenía en mi poder la decisión de alimentar a mi hombre natural y comer una empanada, o evitarlas para alimentar mi espíritu. Aquella decisión hizo que me refugiara por un momento en el cuarto de baño. Ahí hice una oración para terminar el ayuno, pero mientras tanto, me sentía mal por mi debilidad. Pensaba en que yo no estaba dispuesto a hacer un pequeño sacrificio y que unas empanadas eran más fuertes que todo el amor que el Salvador Jesucristo me tenía.

De inmediato le pedí perdón, lavé mi rostro y continué con el ayuno. Semanas después, al reflexionar en el sentimiento que tenía de romper el ayuno, entendí que, aunque nadie se hubiera enterado, yo estuve a punto de quebrantar tres grandes propósitos del ayuno: ayudar a los necesitados, beneficiarme físicamente y aumentar mi espiritualidad (véase L. Tom Perry, “La ley del ayuno”, conferencia general de abril de 1986).

El élder Joseph B. Wirthlin, del Cuórum de los Doce Apóstoles, indicó: “Si deseamos que nuestro ayuno sea algo más que simplemente el abstenernos de comer, debemos elevar nuestros corazones, nuestras mentes y nuestras voces en comunión con nuestro Padre Celestial. El ayuno, combinado con la oración fervorosa, tiene gran poder; puede llenar nuestra mente con revelaciones del Espíritu y fortalecernos contra los momentos de tentación” (Joseph B. Wirthlin, “La ley del ayuno,” Liahona, mayo de 2001). Aunque nunca sabré la sensación de probar aquellas empanadas, conservo en mi ser el sentimiento de delicia y la llenura que tuve del Espíritu Santo aquel día de ayuno.