2019
Cómo aplicar las lecciones de la conferencia general
Octubre de 2019


Mensaje de los Líderes del Área

Cómo aplicar las lecciones de la conferencia general

A menudo me he preguntado cómo reaccionaría la gente si pudiera comprar entradas para ver a Adán en el estadio de Wembley, a Abraham en el estadio de Francia o a Moisés en el estadio Santiago Bernabéu. La mayoría estaría dispuesta a intentarlo y probablemente incluso a pagar una cantidad sustancial de dinero por ello. Como Santos de los Últimos Días, se nos invita cada seis meses a deleitarnos con las palabras de los profetas modernos. Hemos dejado atrás la conferencia general y pasarán varios meses hasta la siguiente. ¿Cómo nos hemos beneficiado de su poderosa influencia? ¿Cómo ha cambiado nuestra vida? ¿Cómo hemos aplicado sus preciosas lecciones?

Al prepararme para este mensaje, les pregunté a los miembros de mi familia qué bendiciones habían visto en sus vidas al aplicar las enseñanzas de la última conferencia general. A continuación, os presento algunas de sus gemas de sabiduría. ¿Cuál sería la vuestra?

  • “Solía considerar que mi posición ante el Señor era inversamente proporcional a mi necesidad de arrepentirme: en verdad, si no necesitaba el arrepentimiento, ¡debía de estar en el camino correcto porque no estaba haciendo nada malo! Ahora entiendo, gracias al Profeta, que es exactamente lo contrario: el arrepentimiento tiene que ser una parte diaria fundamental de mi vida para que yo pueda ser espiritualmente exitoso”.

  • “Después de la conferencia, me sentí movida a estudiar las Escrituras con una intención más verdadera y, como resultado, recibí muchos más estímulos espirituales que intenté seguir”.

  • “Recibí una clave para saber cuándo puedo considerar mi arrepentimiento completo: sentir el Espíritu del Señor en mi vida significa que he sido perdonado, o bien en el camino de serlo”.

  • “Experimenté, en la conferencia, un mayor deseo de dedicar más tiempo a la revelación personal. De hecho, esto ha traído más revelación e inspiración a mi vida, y por ello estoy agradecida”.

  • “Se me recordó que no hay una forma correcta de hacer cosas malas, y me ayudó a enfrentarme a la tentación con mayor éxito”.

Reflexionando sobre estas respuestas, se destacaron tres principios que pueden ayudarnos en nuestro deseo de ampliar las bendiciones que las conferencias generales pueden traernos:

  1. No hay atajo para el crecimiento espiritual; tenemos que trabajar para lograrlo. No importa lo elevadora y edificante que sea una conferencia, el crecimiento espiritual derivado de ella no se materializará hasta que pongamos en práctica la inspiración personal que hayamos recibido en dicha conferencia.

  2. Cuando nos centramos en las promesas recibidas durante la conferencia, reconocemos las bendiciones del Señor con más facilidad y sentimos Su amor por nosotros con mayor poder. Seguramente nos regocijamos con la apertura de las naciones al Evangelio, y puede que no nos demos cuenta de que esta viene como parte de las bendiciones prometidas en el reciente llamado profético acerca del uso correcto del nombre revelado de la Iglesia. El presidente Nelson dijo: “Les prometo que si hacemos lo mejor posible por restaurar el nombre correcto de la Iglesia del Señor […] tendremos el conocimiento y el poder de Dios para ayudarnos a llevar las bendiciones del evangelio restaurado de Jesucristo a toda nación, tribu, lengua y pueblo”1.

  3. Como las Escrituras nos recuerdan, el patrón para el aprendizaje espiritual consiste en la repetición; para recordar, interiorizar y con el tiempo incorporar principios de la conferencia general, generalmente se necesitarán muchos intentos. Por lo tanto, el estudiar una sola vez, en rara ocasión producirá los beneficios deseados. Es por medio del estudio concienzudo y repetido que nos convertimos en epístolas vivientes, con los mandamientos grabados a fuego en nuestro corazón.

Mientras contemplamos la última conferencia y nos preparamos para la siguiente, recordemos que todas ellas son un momento privilegiado para reducir drásticamente la distancia entre lo divino y nosotros en nuestras vidas, y una oportunidad perfecta para que podamos tocar la mano de Dios.

Nota

  1. Russell M. Nelson, “El nombre correcto de la Iglesia”, Liahona, nov. de 2018, pág. 87.