2020
Una historia de fe
Enero de 2020


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Una historia de fe

Al conocer a una dedicada y amorosa maestra de Seminario, y al saber que algunos de sus hermanos fueron presidentes de estaca, obispos, uno recientemente llamado presidente de misión; y que la mayoría de ellos, incluso varios de sus nietos, fueron misioneros regulares, me hizo pensar en quién podría ser su madre.

¿Qué enseñanzas y ejemplo habrían recibido estos hijos en su hogar para que, aun siendo adultos, no se apartaran del Evangelio? ¿Cómo esa madre les habría enseñado a sus hijos sentimientos de amor el uno por el otro? y ¿cómo pudo cultivar el sentido de la obediencia hacia sus padres?

¿Qué prácticas especiales podrían haberse realizado en aquel hogar para mantener a los hijos dentro de las normas del Evangelio? ¿Qué habría en tal hogar que manifestara un hogar centrado en las enseñanzas de Jesucristo?

¿Habría sido la cultura y el ambiente, o las exigencias de la religión, los motivos por los que los hijos se mantuvieran adheridos a la misma?

En mi afán por conocer a aquella madre llegué a la casa de la familia Cardús en una tarde fría de invierno, que contrastaba con la calidez que sentí cuando conocí a Elba y a su esposo Luciano. Al entrar en su hogar, inmediatamente percibí el gran amor y espíritu que allí reinaba. Al conocer a Elba y a Luciano me sentí bienvenida, ya que mantuvieron una actitud dispuesta y amable durante toda la entrevista. Lo primero que me mostraron fue una fotografía colgada en la pared que ocupaba el lugar central del living. Me explicaron que había sido tomada recientemente y que era especial porque hacía bastante tiempo que no lograban reunirse todos, ya que dos de sus hijos viven en el extranjero. La fotografía incluía a la familia completa: el matrimonio, seis hijos y una hija; y en el fondo se podía distinguir el templo de Buenos Aires. El esposo me mostró otras dos fotografías, una era del día de su casamiento y otra de un hermoso bebé, su primer hijo, Alejandro.

Al conversar más con Elba, me di cuenta de que estaba frente a una mujer llena de fortaleza, confiada y plena. A pesar de su postura circunspecta, posee una sonrisa contagiosa y se puede percibir que es una persona feliz, alguien que ha cumplido la medida de su creación.

Su nombre completo es Elba Concepción Gorosito de Cardús, nació el 25 de mayo de 1935 en Lincoln, Provincia de Buenos Aires. Sus primeros recuerdos de vida se remontan a la edad de cuatro años cuando quedó huérfana de madre. Su abuela materna había fallecido cuando su madre tenía 15 años. Sufrió el rechazo y desamor de su abuelo materno. Esa situación hizo que creciera con miedo, según sus palabras, sufriendo la soledad desde muy temprana edad. Un juez de menores decidió que sería adecuado internarla en un colegio donde, según recordó, “no había lugar para el juego ni la fantasía propia de la niñez”. La lectura de buenos libros habría sido un refugio para ella en los momentos de soledad y tristeza. Recordó “soñar con algún día tener una familia numerosa sentada alrededor de una mesa grande con muchos hijos en donde pudiese reinar el amor”.

Conociendo la Iglesia

Cuando tenía 25 años, un día, en la calle, vio a una señora mayor que tenía un paquete pesado, por lo que decidió ayudarla. Esta mujer le preguntó si conocía La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a lo que Elba contestó que no, y fue así que esa señora desconocida envío a los misioneros a su casa. A los pocos días, ellos la contactaron y comenzó a recibir las charlas. Siendo que la mujer para la que trabajaba y dueña del lugar donde vivía le impedía que hablase con ellos, decidió escuchar el mensaje de los misioneros a escondidas.

Cuando los élderes le dijeron que podía encontrarse con su madre después de esta vida dijo “si eso es posible, sin dudar, yo me bautizo”. El día de su bautismo llovía mucho, por lo que se dispuso a orar para que cesara. Fue así como dejo de llover y salió para la capilla de Floresta. Una vez finalizada la reunión, la lluvia continuó cuando llegó a su casa. Sintió que era un testimonio de la veracidad del Evangelio que recién abrazaba.

Su casamiento y la llegada de sus hijos

Al poco tiempo de su bautismo, conoció a quien llegaría a ser su esposo. Guardando cierto temor y compartiendo esos sentimientos con los misioneros, estos le prometieron que, si ella compartía el Evangelio con su futuro esposo, él lo aceptaría. Elba y Luciano se casaron en 1962. Mientras tanto, oraba para que su reciente esposo escuchara y aceptara el Evangelio. Luego de siete meses de casados Luciano se bautizó.

Con la llegada de sus hijos, junto a su esposo como compañeros iguales, se esforzaban y trabajaban para enseñar los principios de verdad. Luciano a menudo tenía dos trabajos para sostener a su familia. Salía muy temprano en la mañana y regresaba cuando los niños estaban ya durmiendo, por lo que siempre llevaba fotografías consigo para recordarlos.

El estudio del Libro de Mormón era central para la familia, los niños más grandes leían y los que no sabían leer observaban las láminas que contaban historias de las Escrituras. A todos los hijos se les enseñó a ayudar a sus hermanos y a colaborar con las tareas del hogar.

Los sábados, toda la familia se preparaba para las reuniones dominicales; Luciano lustraba los zapatos de sus seis hijos y Elba preparaba en cada silla la ropa de cada uno. Nunca faltaban a la Iglesia, ella quería cumplir sus llamamientos ya que en un rincón de su corazón guardaba la promesa de aquel misionero de que si era fiel al Evangelio un día vería otra vez a su madre.

Como padres fieles se esforzaban por hacer la noche de hogar y a menudo tenían reuniones de consejo para tratar temas relacionados con la familia. Los hijos fueron obedientes a sus padres porque sentían el amor de ellos.

Su sellamiento en el Templo

Inmediatamente después de la construcción del Templo de Buenos Aires, en el año 1986, se sellaron, siendo una de las primeras familias en tomar las ordenanzas, por lo que sus nombres quedaron registrados en la historia del templo.

Para Elba la felicidad es haber formado una familia eterna fundada en los principios de verdad. Su máxima meta en esta vida es “permanecer fiel junto con su esposo, sus siete hijos, diecinueve nietos y cinco bisnietos”.

Su legado es claro: “nunca dejen de asistir a la Iglesia”.

En el camino de regreso a casa muchas preguntas fueron contestadas y pude vislumbrar una porción de lo que habría sido su hogar con siete hijos pequeños. Entonces vino a mi mente la Escritura en la que Helamán declara a Moroni: “Hasta entonces nunca habían combatido; no obstante, no temían la muerte, y estimaban más la libertad de sus padres que sus propias vidas; sí, sus madres les habían enseñado que, si no dudaban, Dios los libraría” (Alma 56:47).

Entonces esta Escritura cobró un significado mayor al pensar en todas aquellas madres como Elba que trabajan silenciosa y constantemente sembrando la semilla de la fe en el corazón de sus hijos. Son madres y padres que aman tal como Cristo lo hizo. Estos hijos llegan a obtener un testimonio de la realidad de Jesucristo de manera que, al tomar decisiones, recuerdan las enseñanzas amorosas de sus padres. Estos son hijos que desarrollan un testimonio del Salvador, el cual no puede extinguirse a pesar de las dificultades de la vida. No es casual que estos hijos, siendo adultos, deseen proteger, cuidar y amar a estos padres en su senectud. Estos son hijos que desean volver al hogar celestial para reinar con los que una vez formaron parte de su hogar terrenal.