2020
“¿Cómo podré saber si alguno no me enseña?”
Junio de 2020


Mensaje del Área

“¿Cómo podré saber si alguno no me enseña?”

Una historia misional, Felipe y el etíope (Hechos 8:26–40)

El día había sido satisfactorio pero intenso. Ahora Felipe el evangelista, el misionero, uno de los siete llamados para ayudar a los apóstoles en el proceso de ministrar a otros y declarar la palabra, estaba descansando.

Durante la noche su sueño fue interrumpido, por un ángel quien tenía instrucciones del Señor para él.

El ángel habló claramente y le indicó hacia donde debía dirigirse dándole algunas características del lugar.

Felipe no tenía dudas del origen del mensaje. Su respuesta fue de igual forma clara; su acción fue una demostración de su fe.

“Entonces él se levantó y fue”.

En su trayectoria por el camino señalado seguramente se preguntaría la razón de ese viaje tan repentino. Nada se le había dicho respecto al objetivo de este, solo el de levantarse e ir. Sin embargo, él conocía la voz; no tenía necesidad de saber más; el propósito seguramente sería aclarado en su momento.

Luego de varias horas por un camino que se hacía menos peligroso a medida que la luz del sol iluminaba el mismo, vio una caravana de viajeros que al igual que él descendía de Jerusalén a Gaza.

El relato de las Escrituras nos da una breve pero profunda descripción del personaje que lideraba dicha caravana y mediante la cual aprendemos de su carácter, de su trabajo, de la razón de su viaje, y más importante, respecto a lo que ocupaba su mente en el momento del encuentro con Felipe.

Este hombre había viajado más de 2000 millas (3200 km) por caminos peligrosos que lo llevaron desde su país en Etiopía hasta la tierra de Jerusalén; el propósito de su viaje posiblemente atenuó en su mente las dificultades que encontraría en el camino y, a su vez, le ayudaría a mantener el ánimo ante la recompensa que obtendría al alcanzar su objetivo: él viajaba a Jerusalén para adorar.

No era la primera vez que hacía dicho trayecto; era su viaje anual de adoración a la ciudad de Abraham.

Sin embargo, en este año de adoración se encontró con una ciudad sumergida en los tristes y gloriosos acontecimientos ocurridos durante la última Pascua.

Luego de adorar en el templo conforme a la costumbre, había emprendido el regreso a su tierra.

Tal vez los hechos de los que aún se hablaba en Jerusalén respecto a Jesús, a su padecimiento por manos de los romanos y a su muerte en la cruz, así como los comentarios respecto a su resurrección, le habían llevado a leer los escritos del profeta Isaías e iba sentado en su carro leyendo en voz alta.

Fue en ese momento que Felipe recibió instrucciones del ángel de acercarse a él.

“Y acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees?”

La respuesta del etíope: “¿Y cómo podré si alguno no me enseña?” fue de profunda humildad y revelaba el sincero e intenso deseo de aprender.

El etíope debe de haber sentido algo especial al escuchar la voz de Felipe; no vio a un “extraño” que caminaba junto al camino; sintió posiblemente que ese hombre tenía algo que él deseaba, algo que el anhelaba obtener, al punto de que no solo lo invito, ya que, teniendo autoridad y gente para mandar, simplemente: “… rogó a Felipe que subiese y se sentase con él”.

Luego de que Felipe se sentó junto a este hombre, este leyó nuevamente el pasaje que inquietaba su mente y le pidió que le explicara lo que significaba; pidió entendimiento.

“Y el pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca.

“En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque su vida fue quitada de la tierra.

“Y respondiendo el eunuco a Felipe, dijo: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto? ¿De sí mismo o de algún otro?”.

Ante tan poderoso deseo de aprender y guiado por el espíritu, “Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta Escritura, le anunció el evangelio de Jesús”. Le enseñó como alguien que conocía realmente al protagonista de la Escritura.

Le enseñó acerca de la vida premortal de Jesús como el gran Jehová, su milagroso nacimiento en un pesebre en Belén, así como del testimonio de ángeles y hombres sabios respecto a este maravilloso acontecimiento.

Seguramente también le habló de Su ministerio, de Sus enseñanzas y milagros, Su entrada triunfal a Jerusalén en el tiempo de la Pascua, Su solitaria expiación en el Getsemaní, así como su infame juicio y dolorosa agonía en la cruz; sobre Su resurrección, y la ministración a los dos apóstoles en el camino a Emaús, o del testimonio de más de 500 personas respecto a ese único y trascendental acontecimiento, no pudieron faltar en su mensaje.

La Doctrina de Cristo, referida a principios y ordenanzas, fue enseñada en este polvoriento camino en el desierto de Gaza.

La fe en el Señor Jesucristo, el arrepentimiento y el bautismo por inmersión para la remisión de pecados, fueron enseñados con tal poder que este hombre, el judío que esperaba a un Mesías, manifestó:

“¿Que impide que yo sea bautizado?”

Felipe quiso escuchar hasta el punto de que este buen hombre había entendido y creído en lo que le había sido ensenado; la respuesta que recibió fue clara y directa:

“Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”.

Este hombre, que unas horas antes no conocía a Jesús, luego de que Felipe abrió su boca confesó que Jesús es el Cristo, el Mesías prometido, el Salvador del mundo, el que murió y resucitó, el que lleva a cabo la remisión de los pecados.

Para Felipe la respuesta fue suficiente. La fe de este hombre atravesó el velo de la ignorancia. Ya no se veía en el rostro del eunuco incertidumbre o preocupación. ¡Ahora, él sabía!

“Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó”.

¡Cuánto podemos aprender y aplicar de estos dos maravillosos hombres!

  • Felipe, un hombre que conocía las Escrituras, y que fue obediente a las instrucciones recibidas, que no tuvo miedo de abrir su boca para ensenar.

  • El etíope no cerró su mente a las verdades del Evangelio, lo que le permitió recibir el bautismo de aquel que tenía la autoridad para administrarlo y recibir el gozo de su aceptación.

También aprendemos que todos somos hijos de un Padre Celestial que nos ama y que en el debido momento Él preparará a Sus hijos para guiar a Sus mensajeros junto a aquel que es humilde para escuchar y que se ha preparado para recibir.

Las palabras de Pablo vinieron a mi mente:

“Porque no hay diferencia entre judío y griego, porque el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan;

“porque todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo.

“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?

“¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de paz, de los que anuncian el evangelio de las buenas nuevas!” (Romanos 10:12–16).

¿Como puedo aplicar la historia de estos hombres de las Escrituras en mi vida diaria?

  1. Piense en alguien que Ud. conoce que se beneficiaría con el mensaje del Evangelio (un familiar, un vecino, su compañero de estudio o trabajo, etc.).

  2. Ore pidiendo confirmación

  3. Tome acción. Comience con el primero en la lista y realice alguna de las siguientes actividades:

  4. comparta su testimonio

  5. invítelo a una Noche de Hogar o a las reuniones dominicales

  6. obséquiele un Libro de Mormón;

  7. Independientemente de la reacción de su amigo a su invitación, pregúntele: “¿A quién conoce que se beneficiaría con este mensaje?”.

Recuerde que el Señor es el Señor de la cosecha y que Él lo guiara, así como lo hizo con Felipe, a aquel que está siendo preparado para recibir el mensaje.

¿Cómo podré saber si alguno no me enseña?