2019
El amor a Dios y la obediencia a los mandamientos
Agosto de 2019


Sección Doctrinal

El amor a Dios y la obediencia a los mandamientos

Nuestra hija Noemí vive en Massachusetts, cerca de Boston, con su esposo y tres hijos pequeños. Estas navidades las han pasado con nosotros en España.

El nieto más pequeño se llama Gabriel. Nació el mismo día y mes que yo: el 29 de diciembre de 2017. Cumplió un año, pues, estando con nosotros, y lo celebramos juntos. Juntos disfrutamos esas navidades, hasta que llegó el triste momento de la despedida.

Días después de su vuelta a Estados Unidos, nuestra hija se puso en contacto con nosotros por Skype. Al comunicarnos, apareció en la pantalla del ordenador con nuestro nietecito Gabriel en brazos. Durante el tiempo que estuvieron con nosotros, siempre que nos veía Gabriel a mi esposa y a mí, se echaba en nuestros brazos, y apoyaba su cabecita en nuestro cuello. No importaba si estaba en brazos de su madre o de su padre: siempre se echaba en brazos de sus abuelos. Ahora, al vernos, se lanzó de cabeza contra la pantalla. “¡Quiere irse con vosotros, atravesando la pantalla!”, dijo nuestra hija; y al no poder echarse en nuestros brazos, se puso a llorar, frustrado.

Se me saltan las lágrimas al recordar ese momento, y me pregunto qué habrá pensado al darse cuenta de que no lo recibíamos. ¿Habrá sentido que ya no lo queríamos? ¡Qué triste experiencia!

A mí, a veces, me pasa lo mismo al orar a nuestro Padre Celestial y desear atravesar el velo que nos separa. Este alejamiento de la presencia del Padre Celestial es una de las consecuencias de la caída de Adán y, para algunos, esta separación y alejamiento se puede interpretar como indiferencia y falta de interés o amor de Dios por nosotros, Sus hijos. Pero supongo que Él siente lo mismo que yo sentí al no poder abrazar a mi nieto ahora, como lo hacía cuando estaba en nuestra casa.

No obstante, algún día volveremos a nuestro hogar celestial y podremos disfrutar de la misma relación que teníamos con nuestros Padres Celestiales en la vida preterrenal. Yo le he prometido a nuestro Padre que viviré de tal manera que, cuando vuelva con Él, no volvamos a separarnos nunca más. El amor es una buena motivación para una vida digna.