2019
Religiosidad basada en la familia
Septiembre de 2019


Sección Doctrinal

Religiosidad basada en la familia

La substancia, la esencia, el fondo, o el núcleo de la Conferencia General de octubre de 2018 está en las palabras de apertura del presidente Russell M. Nelson: “Como Santos de los Últimos Días, nos hemos acostumbrado a pensar en la Iglesia como algo que ocurre en nuestros centros de reuniones, apoyado por lo que ocurre en el hogar. Necesitamos un ajuste de este modelo. Ha llegado la hora de una Iglesia centrada en el hogar, apoyada por lo que se lleva a cabo dentro de los edificios de nuestros barrios, ramas y estacas”. Y la frase que resumiría todo es lo que añadió después, diciendo que los dirigentes de la Iglesia llevan muchos años trabajando para fortalecer a las familias en “un plan centrado en el hogar y apoyado por la Iglesia”.

Esto que estamos presenciando todos podríamos compararlo con la llamada revolución copernicana en la astronomía, con el paso del sistema geocéntrico al sistema heliocéntrico. El sistema geocéntrico colocaba la tierra en el centro del universo conocido, y los astros, incluido el sol, girando alrededor de ella. El sistema heliocéntrico cambiaba el modelo, colocando el sol en el centro, y los planetas, incluida la tierra, girando alrededor de él.

Eso en la astronomía; en el caso de la religión, sería el cambio de modelo en la forma de entender la religiosidad o la práctica religiosa. Sería el paso del modelo centrado en la capilla, al modelo centrado en el hogar, o el paso del modelo centrado en la organización, al modelo centrado en las personas. Es decir, el modelo de una religión girando alrededor de las personas, y no un modelo de las personas girando alrededor de la religión. O, como nos han dicho en la conferencia: la Iglesia al servicio de la familia, y no la familia al servicio de la Iglesia.

Los que hemos conocido la Iglesia cuando empezaba en España, estamos siendo testigos de este proceso, esta serie de pasos o etapas que nos han hecho ir cambiando el modelo de entender la vida religiosa de estar toda la semana y todo el domingo metidos en la capilla con otros miembros de la Iglesia, a este nuevo modelo que nos permite estar más tiempo en el hogar con los miembros de nuestra familia.

Iglesia (del griego ekklesía, asamblea, que viene del verbo kaléo, llamar). Ekklesía significa “lo que se llama”; es decir, es una convocatoria, una asamblea de personas, llamadas para hablar, debatir, decidir. En el Nuevo Testamento español, la palabra ekklesía se traduce, unas veces, por “asamblea”, y otras, por “iglesia”, pero siempre se refiere principalmente a las personas reunidas, no a la organización que se forma con todas ellas.

En la Septuaginta, que es el Antiguo Testamento traducido del hebreo al griego, se traduce por ekklesía la palabra hebrea kahal, que proviene de una raíz que también significa convocar. Normalmente, se usaba para designar la asamblea o congregación de Israel. En el sentido hebreo, por tanto, significa el pueblo al que Dios convoca. Y, nuevamente, una kahal o una ekklesía no designaba nunca un edificio ni un lugar de culto, como se entiende en la actualidad, sino que se refería a las personas.

Eso era lo que teníamos en la vida preterrenal. Sobre ella, no leemos nada de una Iglesia como organización, sino de una ekklesía como asamblea, que en este caso es una familia con sus Padres Celestiales al frente. Así, cuando fue necesario que el Padre presentara Su plan para que Sus hijos espirituales pasaran del mundo espiritual al mundo terrenal, convocó a todos Sus hijos en el llamado Concilio de los Cielos, o asamblea celestial. No hubo conferencia de estaca, ni conferencia de barrio, sino un consejo familiar. Y allí, en aquella reunión de los hijos y los Padres Celestiales, se explicó el paso de lo espiritual a lo material; es decir, una verdadera Pascua Celestial, para el que era necesario que los espíritus bajaran a una tierra donde se reorganizarían en familias, de forma que los hijos se convirtieran en padres y siguieran en la tierra el modelo establecido en los cielos en un camino hacia la divinidad: la llamada deificación.

En la Pascua judía, el centro era el cordero, y en la Pascua cristiana el centro es la Santa Cena con sus emblemas del pan y del vino. Pero, en ambos casos, el centro es Jesucristo. Y cuando en astronomía hablábamos del modelo heliocéntrico, ahora hablamos del modelo Cristocéntrico, como explica el élder Bednar en su discurso sobre la necesidad de “Reunir todas las cosas en Cristo”.

Y en eso estamos todos, intentando entender lo que se nos está enseñando de una religiosidad en la que el centro es la familia terrenal a semejanza de la familia celestial, y en el que la Iglesia está al servicio de la familia, y no al contrario.

La revelación, tal y como la encontramos en los libros canónicos, está también al servicio de la familia: El Antiguo Testamento empieza con la creación de la Tierra para Adán y Eva, nuestros primeros padres, con el encargo de formar en ella una familia: “Y los bendijo Dios y les dijo… Fructificad y multiplicaos, y henchid la tierra… Os he dado toda hierba… y todo árbol… y toda bestia…”. Y formaron una familia. Y el Antiguo Testamento termina con las palabras de Malaquías, hablando de Elías el Profeta, que Dios envió a la tierra para hacer “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres”. Es una muestra del modelo divino: todos los espíritus que formaban la gran familia celestial en el mundo preterrenal bajan a la tierra y se organizan en familias selladas y encadenadas. Y todo eso gracias a la obra del templo y la genealogía o la historia familiar. Y precisamente es así como empieza el Nuevo Testamento, con la genealogía terrenal de Jesucristo, y con la historia de la Sagrada Familia: José, María y Jesús. Y el Libro de Mormón empieza con la historia de la familia de Lehi, y su viaje hacia la tierra prometida, con las palabras, “Yo, Nefi, nací de buenos padres…”. El libro de Doctrina y Convenios empieza por donde termina el Antiguo Testamento, con las palabras de Moroni a José Smith, cuando se le apareció por primera vez, citándole las palabras de Malaquías sobre Elías el Profeta y la necesidad de que el corazón de los padres y de los hijos se vuelvan unos a otros.

En una visión que tuvo Moisés después de que Dios hablara con él desde la zarza ardiente, y antes de que sacara de Egipto al pueblo de Israel, le dijo Dios: “Porque, he aquí, esta es mi obra y mi gloria, llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). En esta visión, Moisés supo que la gloria y el propósito total de la obra de Dios es dar vida eterna y felicidad a Sus hijos. Vida eterna es tener la clase de vida que Dios tiene, que es el máximo de todos los dones de Dios. Y este don de la vida eterna o exaltación está íntimamente relacionado con el matrimonio y la familia, según el modelo que vivimos en la vida preterrenal. El plan del Padre, también llamado Plan de Salvación, plan de felicidad, plan de redención, plan de misericordia… tiene a la familia como su fin. Y la Iglesia es un medio al servicio de ese fin. Los libros canónicos dan testimonio de esto.