2019
Una cita a ciegas con una joven Santo de los Últimos Días
Diciembre de 2019


Una cita a ciegas con una joven Santo de los Últimos Días

El compromiso de Renée de vivir el Evangelio me cambió la vida.

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Ilustraciones por Alex Nabaum

No crecí siendo miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pero por medio de algunos miembros que conocí, aprendí que si una persona lleva una vida limpia y pura, la luz de Cristo resplandece en ella. Llega a ser un ejemplo poderoso.

El primer contacto que tuve con la Iglesia fue por un amigo que tuve en la universidad. Él era un buen miembro de la Iglesia que había servido en una misión. Yo me había criado en una familia católica, así que él intentó comenzar conversaciones conmigo sobre religión, pero yo no estaba interesado. No obstante, mi amigo fue muy inteligente, ya que intentó nuevamente introducirme a la Iglesia haciendo los arreglos para que yo tuviera una cita a ciegas con una joven Santo de los Últimos Días.

Nuestra primera cita

En el instante en que Renée y yo salimos en nuestra primera cita, me enamoré de ella por completo. Me parecía sumamente bella y que tenía algo especial. Poco después, yo estaba listo para tener una relación seria con ella y formar una familia, pero después de haber salido varias veces me dijo que no debíamos seguir saliendo porque yo le gustaba “demasiado” y ella quería casarse en el templo. Para empeorar las cosas, poco después ella salió a la misión. Después de eso, llegué a la conclusión de que los Santos de los Últimos Días no me caían bien.

Cuando ella volvió de la misión, nuestro amigo en común me invitó a una fiesta en la que podría ver a Renée y comenzamos a pasar tiempo juntos nuevamente. Yo había terminado la universidad y tenía un buen empleo, así que nuevamente me sentía listo para casarme. Yo me consideraba un buen partido, así que le propuse matrimonio, pero ella dijo que no.

Reuniones con los misioneros a regañadientes

Con el fin de mantener la relación, acepté la invitación a escuchar a los misioneros. En una ocasión, ella me habló con lágrimas en los ojos, me testificó del Libro de Mormón y me rogó que lo leyera. Ella quería que yo obtuviera un testimonio del Evangelio para poder cumplir su deseo de casarse en el templo. Yo la amaba y no quería decepcionarla, así que le dije que lo leería. Sin embargo, a pesar de que había aceptado hablar con los misioneros, en un principio solo me reunía con ellos para tener más tiempo de convencer a Renée de que se casara conmigo. No tenía intenciones de cambiar de religión.

Después de algunas reuniones con los misioneros, yo seguía sin tener interés. Escuchaba las lecciones, pero en realidad no prestaba atención ni intentaba sentir el Espíritu. Tenía el corazón cerrado, ya que no escuchaba a los misioneros por mí mismo, sino que lo hacía por Renée. Las cosas no estaban yendo a ninguna parte y aún no podía convencer a Renée de que yo podía ser un buen esposo sin necesidad de bautizarme. Ella se aferró a sus creencias.

La personalización del Libro de Mormón

Entonces, hubo un cambio de misioneros. Llegó un nuevo misionero a enseñarme y se le ocurrió una idea. Me pidió que abriera las Escrituras en Alma 42 y que les leyera el capítulo en voz alta, versículo por versículo, pero que en lugar de leerlo palabra por palabra, quería que pusiera mi nombre en el texto. Yo no quería hacerlo, pero él insistió.

Así que comencé con el primer versículo. “Y ahora bien, Joaquín…”. En cuanto leí esas palabras, el libro comenzó a hablarme. Al poner mi nombre entre esas palabras, sentí el poder de lo que es un testimonio personal.

La parte siguiente de Alma 42 enseña sobre la caída de Adán y Eva y, finalmente, sobre el plan de redención. Cuando llegué al versículo 29 y leí: “Y ahora bien, Joaquín, quisiera que no dejaras que te perturbaran más estas cosas”, comencé a llorar como un niño. Nunca antes había llorado de esa forma. Supe de la veracidad del Libro de Mormón, pero ni siquiera podía terminar de leer el capítulo. Cuando recobré la compostura, les dije a los misioneros que me quería bautizar. Renée se sintió muy feliz. Me bauticé y ella finalmente aceptó casarse conmigo. Un año después, nos sellamos en el Templo de Buenos Aires, Argentina.

Siento agradecimiento por el compromiso de Renée de vivir el Evangelio y su deseo de casarse en el templo. Su fiel dedicación al salir conmigo no solo fortaleció su relación con Dios y el Evangelio, sino que me invitó a mí también a aprender al respecto. Sé por qué ella me parecía tan bella: porque era limpia, amorosa y pura. Gracias a su fidelidad, pude obtener un testimonio personal del Libro de Mormón y de esta Iglesia.