2019
Un reencuentro misional después de 46 años
Junio de 2019


Voces de los Santos de los Últimos Días

Un reencuentro misional después de 46 años

Serví como misionero de tiempo completo en Guatemala y El Salvador cuando era joven. Después de 46 años volví y, sin imaginarlo, me encontré con un maravilloso ejemplo de la conversión al evangelio de Jesucristo.

Nací en Arizona, Estados Unidos, y mi familia paterna y materna han sido miembros de la Iglesia por cuatro generaciones. Cuando era joven en el Sacerdocio Aarónico, fui tocado por el Espíritu para ser un misionero de la Iglesia.

En marzo de 1970 fui llamado a servir en la misión Guatemala–El Salvador, que estaba presidida por el presidente David G. Clark. Los 28 jóvenes que ingresamos fuimos divididos en dos grupos; 14 misioneros fuimos enviados a El Salvador. Ahí permanecí por un año. Luego me enviaron a la zona 5 de Guatemala, para servir en lo que se conocía en esa época como el Barrio 5.

Un día, mientras hacíamos proselitismo con a mi compañero, el élder Bunderson, llegamos a la casa de la familia Ramos Girón. Al inicio no mostraron mucho interés por escucharnos, pero los seguimos visitando y, con el tiempo, se les veía más interesados en lo que enseñábamos. La familia estaba compuesta por los padres (Rolando y Gicela), dos hijas gemelas de 16 años (Leda y Maggie), un hijo de 14 años (Andrés) y un niño de 10 años (Pável). Puedo recordarlos muy bien porque yo había enseñado a una familia completa en pocas ocasiones, y menos en donde hubiera mellizas. Para mí fue extraordinario conocer a esta bella familia.

Les enseñamos con mucho amor y paciencia, y los preparamos para recibir el bautismo. Cuando ya estaban decididos a ser bautizados y teníamos una fecha para hacerlo, le informé al presidente de misión que teníamos una “familia de oro”. Así llamábamos a las personas que rápidamente aceptaban el Evangelio. El presidente Clark estaba muy impresionado, porque regularmente enseñábamos a personas solas.

Una semana antes del bautismo me enviaron a trabajar a otra área, a un barrio llamado La Florida. Después, el presidente de misión me envió una tarjeta de felicitación por haber sido parte del gozo de llevar a esa familia a la verdadera Iglesia restaurada de Jesucristo.

Un reencuentro maravilloso

En 2016, después de 46 años de esa misión, fui llamado, junto con mi esposa, a servir como presidente del Centro de Capacitación Misional (CCM) en la Ciudad de Guatemala.

El hermano Roberto Cajas, gerente del CCM, organizó una cena de bienvenida para darnos la oportunidad de conocer a los líderes de las dos ramas que funcionan en el CCM, además de todo el personal de operaciones y mantenimiento. En la reunión, cada uno de los asistentes se puso de pie para presentarse, con su nombre y el llamamiento o responsabilidad que tenía.

Probablemente un tercio del grupo había hablado cuando le tocó el turno a una pareja. Mientras se presentaban, después de unos segundos de silencio, noté que la hermana no podía hablar con claridad. Estaba muy emocionada, y a la vez estaba sollozando. Su esposo dijo ser Byron López, presidente de una de las ramas, y ella era la hermana Leda Ramos Girón de López. Al escuchar su nombre y verla detenidamente, recordé a las gemelitas y a toda la familia que enseñé en mi juventud, a quienes no pude acompañar para su bautismo.

Fue un momento tan emocionante que nos echamos a llorar juntos. Aquellos momentos que compartimos 46 años antes, volvieron a nuestra mente y nos abrazamos como grandes y eternos hermanos en el Evangelio. Fue un reencuentro maravilloso. ¡Qué milagro verla nuevamente! ¡Qué gran gozo invadió mi ser! ¡Qué gran felicidad!

Encontrarme con las gemelitas de aquella familia de oro, Mary Margaret (Maggie), quien trabaja en el Templo de La Ciudad de Guatemala, y Leda Ramos Girón, ha sido una experiencia maravillosa en mi vida. Me enteré de que ambas sirvieron misiones para la Iglesia, formaron sus propias familias, y se han extendido con magníficos hijos y adorables nietecitos. Aquel niño menor, Pável, también sirvió una misión, y Andrés ha sido presidente de estaca y de misión.

¡Qué época incomparable es la misión! ¡Qué gozo es traer almas a Cristo, y qué felicidad alberga mi ser al ver que aún son mis hermanos en el Evangelio!