Liahona
La paz reemplazó nuestro dolor
Febrero de 2024


“La paz reemplazó nuestro dolor”, Liahona, febrero de 2024.

Voces de los Santos de los Últimos Días

La paz reemplazó nuestro dolor

No estaba lista para perder a mi padre, pero el plan de Dios me dio paz.

Imagen
Personas reunidas frente al templo

Ilustración por Ellen Marello

Parecía que nada era imposible para mi padre. A pesar de haberse fracturado la pierna, construyó una casa de hormigón de dos pisos para nuestra familia mientras andaba en muletas. Su pierna fracturada ni siquiera le impidió cumplir con sus responsabilidades del sacerdocio o servir a los demás.

Cuando el presidente Russell M. Nelson anunció en 2020 que la reunión sacramental se llevaría a cabo en nuestros hogares, mi padre, lleno de integridad y amor por el Señor, se arrodilló todos los domingos en el piso de hormigón con la pierna quebrada para bendecir la Santa Cena. Dijo que era importante arrodillarse para mostrar respeto por esa ordenanza sagrada.

El 18 de mayo de 2020, mi amado padre, mi héroe, murió a causa del COVID-19. Su muerte se produjo de forma tan repentina que no estábamos preparados. Él tenía solo sesenta y un años. Aprendí que, así como Dios respeta el albedrío, debemos respetar el tiempo de Dios. Es por eso que estoy agradecida por Su promesa, la que enseñó el profeta Alma: “Los espíritus de todos los hombres, en cuanto se separan de este cuerpo mortal, sí, los espíritus de todos los hombres, sean buenos o malos, son llevados de regreso a ese Dios que les dio la vida” (Alma 40:11). ¡Todos los hombres y mujeres!

El funeral de mi papá fue pequeño y sagrado. Doce de nosotros cantamos himnos alegres de gratitud a Dios por la vida terrenal de mi papá. Cuando comenzamos a cantar “Tengo gozo en mi alma hoy”1, la familia que estaba al lado, que antes lloraba su propia pérdida, guardó silencio. Parecían sorprendidos de que no estuviéramos destrozados por nuestra pérdida, sino que experimentábamos la paz de saber que hay un plan para nosotros. Creo que también sintieron la paz que da Jesús.

La vida no es fácil sin mi padre, pero hay paz en Cristo. Mi padre y yo éramos muy unidos y ahora puedo sentirlo más cerca de mí que nunca. Estoy sellada a él y a mi madre por la eternidad, y sé que mi padre vive. Lo extraño muchísimo, pero ahora tengo dos padres al otro lado del velo: mi Padre Celestial y mi padre terrenal. Sé que el Padre Celestial me guiará hasta que todos nos volvamos a ver.