2019
Rama El Calafate
Junio de 2019


Este es mi barrio

Rama El Calafate

Nadie puede decir que conoció la Patagonia argentina si no visitó alguna vez El Calafate. El pequeño pueblo en el extremo sur de la provincia de Santa Cruz, Argentina, es conocido por ser la puerta de entrada al Parque de los Glaciares, una reserva natural de impresionante belleza.

Los inviernos suelen ser muy fríos. Sin embargo, durante la temporada estival la cantidad de visitantes se incrementa y el pueblo cobra inusitada vida. 

Lo que probablemente el visitante ignore es el hecho de que, en este aislado lugar, existe una rama de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos días.

A comienzos del año 2006 se organizó oficialmente la rama El Calafate. Su primer presidente fue Edgardo Aquino, quien emigró pocos años antes desde Buenos Aires junto con su familia, compuesta por su esposa y sus dos pequeños hijos.

Edgardo recuerda así los orígenes de la rama: “Llegamos un sábado 4 de septiembre del 2004. Al día siguiente fuimos en busca de un matrimonio que sabíamos que era miembro de la Iglesia, que también había venido de Buenos Aires, pero que solo participaba de la Santa Cena cuando hacían los 320Km para ir a Río Gallegos. Queríamos decirles que también éramos miembros de la Iglesia y simplemente conocerlos. Al principio, hicimos noches de hogar, pero sabíamos que necesitábamos algo más; así que decidimos pedir autorización para reunirnos. Así fue que nos autorizaron reunirnos como una rama-hogar; éramos seis personas. A partir de ese momento, comenzamos a reunirnos en una casa y a encontrar a otros miembros que vivían en el pueblo”.

Los bautismos también llegaron. El hermano Aquino recuerda el primer bautismo de un converso, el hermano Gutiérrez, de quien recuerda que “golpeó la puerta de mi casa diciendo que quería saber de la Iglesia, lo cual es algo bastante sorprendente. No lo fuimos a buscar: él nos encontró. Y antes de darnos cuenta éramos ocho, y luego nueve”.

Después de procurar diligentemente un lugar, la misión Buenos Aires Norte (que en aquel tiempo supervisaba aquel lugar) alquiló una dependencia en la parte alta de una pequeña construcción de madera. 

La perseverancia de los miembros consiguió sus frutos reflejados en bautismos de conversos al Evangelio y de nuevas familias que se mudaron al pueblo.

Finalmente, llegaron a ser suficientes en número y fortaleza. El pequeño espacio sobre la juguetería ya no podía contenerlos y, finalmente, consiguieron una propiedad más amplia y cómoda para realizar sus reuniones. El número de asistentes de la rama se había triplicado en poco tiempo.

No obstante los grandes avances, el clima y el aislamiento continuos debilitan la voluntad ocasionalmente, y los miembros de la rama El Calafate deben apoyarse firmemente en sus testimonios para “seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres” (1 Nefi 31:20).

Matilde y sus hijas vinieron desde la capital del país llenas de sueños para comenzar una nueva vida:

“Cuando llegamos, la Iglesia no existía. Pero yo tenía mi Libro de Mormón y mi fe estaba intacta. Un tiempo después, caminando con mi hermana, vimos que estaban poniendo el cartel de la Iglesia en una casa en la avenida San Martín. Nosotras ya estábamos pensando volvernos a casa, porque echábamos de menos a los hermanos, y la capilla más cercana estaba en Río Gallegos, a más de 300 Km. No podíamos creerlo. Vimos que había un cartel que decía que las reuniones eran a las 7:30 u 8:00 en la noche y solo teníamos la reunión Sacramental”, recuerda Rosana, hija de Matilde. Desde ese momento sirvió en diversos llamamientos en los años que siguieron, al tiempo que la rama crecía en número y actividad. Recuerda que llegó a ser, incluso, maestra de Seminario e Instituto.

Con el tiempo, Rosana dejó de asistir regularmente a la Iglesia, pero gracias al amor de los hermanos de la rama que no la han olvidado, ella tampoco ha olvidado su amor por el Evangelio.

“Hay hermanos que viven muy lejos de aquí, y cuando hay nieve, es más complicado; ese es el mayor sacrificio. A veces nos cambiábamos de ropa en la capilla, ya que por el frío no podíamos irnos con pollera (falda) desde la casa. A través del tiempo, los esfuerzos que hacíamos no siempre traían los cambios que esperábamos. Lo que destaco de los hermanos de la rama es que, a pesar de sus dificultades, los hermanos siempre se quedaron en la Iglesia; y si salieron, los visitamos y volvieron, como ahora han estado haciendo conmigo”. Y concluye: “Yo sé que voy a volver”.

Así como El Calafate es el único refugio seguro en cientos de kilómetros a la redonda en la Patagonia argentina, así también el evangelio de Jesucristo es un refugio seguro y una fuente de agua viva.