2019
Una obra maravillosa y un prodigio
Octubre de 2019


Mensaje de la Presidencia de Área

Una obra maravillosa y un prodigio

Desde un comienzo, el Salvador nos ha encargado compartir las “buenas nuevas” de Su evangelio con otras personas. Lo hizo cuando dijo a sus discípulos: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).

También lo ha hecho recientemente el presidente Nelson al llamarnos a efectuar el recogimiento de Israel en ambos lados del velo. De este lado del velo, eso significa invitar a todas las personas a venir a Cristo.

Lo hacemos con entusiasmo, pero muchas veces esas invitaciones no prosperan. Al hablar con muchas personas sobre el Evangelio nos sucede, así como a los misioneros, que, con frecuencia, solamente recibimos respuestas corteses, pero al mismo tiempo firmes, informándonos que no tienen interés. Eso nos causa desaliento, ya que vemos cómo las vidas de estas buenas personas que apreciamos y las de sus familiares habrían sido bendecidas al conocer mejor al Salvador y vivir Sus enseñanzas.

Me he preguntado cuáles son las razones por las que relativamente pocas personas están interesadas en recibir el evangelio de Jesucristo y de seguir Su guía y orientación para sus vidas.

En ese contexto, recuerdo las palabras de Nefi cuando nos dijo que ellos “… no quieren buscar conocimiento, ni entender el gran conocimiento, cuando les es dado con claridad, sí, con toda la claridad de la palabra” (2 Nefi 32:7).

Seguramente hay múltiples razones para ese rechazo. Una de ellas podría ser que hoy en día hay tantas voces allá afuera, todas prometiendo algo “especial”, que las personas se confunden y prefieren no hacer nada. Otros prefieren seguir fieles a las tradiciones religiosas de sus padres y abuelos.

Los profetas de la antigüedad vieron nuestros días. Ellos sabían que vendría una época en la que las personas se alejarían de las cosas espirituales. Muchos están concentrados en trabajar constantemente para poder asegurar una mínima subsistencia o hasta acumular riquezas y fortunas y todo tipo de bienes. También hay quienes buscan estar siempre ocupados con mucho trabajo, educación, deportes, todo tipo de entretenimiento (tal como películas, presentaciones culturales, hobbies, etc.) o permanentemente pendientes de las últimas publicaciones en las redes sociales.

También hay quienes han aprendido a confiar exclusivamente en su propia fuerza, en su propio “brazo de la carne”, en el poder exclusivo del raciocinio intelectual y en lo que ellos, por sí solos, están en capacidad de lograr. Ya desde los días de Alma había un hombre llamado Korihor que enseñaba que “… en esta vida a cada uno le tocaba de acuerdo con su habilidad; por tanto, todo hombre prosperaba según su genio, todo hombre conquistaba según su fuerza; y no era ningún crimen el que un hombre hiciese cosa cualquiera” (Alma 30:17).

Como consecuencia de esto, vemos como crece la pobreza emocional, es decir que se pierde la capacidad de sentir amor y de cuidar del prójimo. Se pierde el sentido de “nosotros”, porque el foco de atención soy “yo”, es decir “mi” bienestar, “mis” intereses, “mi” realización personal. En muchos casos se deterioran los vínculos familiares y también las amistades, para los cuales se necesita tiempo a fin de cultivarlas. También crece la pobreza espiritual, en la cual la vida parece carecer de sentido, y se desconoce su identidad y su propósito en esta vida. Demasiadas personas no saben de dónde venimos, por qué estamos aquí y a dónde nos dirigimos.

A este estado, en las Escrituras, con frecuencia se le denomina el “hombre natural”, que es claramente enemigo de Dios y no está en capacidad de percibir la voz del Espíritu. Es este hombre natural quien, además, tradicionalmente ha tomado las riendas de poder de este mundo. Las consecuencias de ello no solamente las estamos viendo en la pérdida de los valores antes mencionados, sino también en la destrucción medioambiental de esta hermosa creación que es la tierra en la que habitamos.

Es sabiendo todo esto que el Señor restauró Su Iglesia en estos días. Recuerden lo que nos dice el Señor al comienzo del libro de Doctrina y Convenios: “Por tanto, yo, el Señor, sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, y le hablé desde los cielos y le di mandamientos” (Doctrina y Convenios 1:17).

Lo cierto es que el mensaje de que la verdadera Iglesia de Jesucristo ha sido restaurada en estos días es realmente una luz en este mundo cada vez más oscuro y constituye una “obra maravillosa y un prodigio”, como se menciona en diversas partes del Libro de Mormón.Esta “obra maravillosa” es muchas veces difícil de aceptar y de creer porque casi siempre se percibe exclusivamente a través de los ojos del hombre natural.

Recuerden estas palabras de Pablo en el Nuevo Testamento: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).

Sobre esta obra maravillosa y prodigio se profetizó repetidamente en las Escrituras:

  • “… por tanto, he aquí que nuevamente haré una obra maravillosa entre este pueblo, una obra maravillosa y un prodigio; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la prudencia de sus prudentes” (Isaías 29:14).

  • “Y el Señor volverá a extender su mano por segunda vez para restaurar a su pueblo de su estado perdido y caído. Por tanto, él procederá a efectuar una obra maravillosa y un prodigio entre los hijos de los hombres” (2 Nefi 25:17).

  • “… procederé yo, por tanto, a ejecutar una obra maravillosa entre este pueblo; sí, una obra maravillosa y un prodigio; porque la sabiduría de sus sabios e instruidos perecerá, y el entendimiento de sus prudentes será escondido” (2 Nefi 27:26).

Entonces, ¿qué podemos hacer para ayudar a nuestros amigos, familiares y conocidos a reconocer esta “obra maravillosa”?

  1. Podemos enseñarles que hay una realidad adicional a este mundo físico, que es la dimensión espiritual. Que, al terminar nuestra vida en este mundo, solamente dejamos atrás nuestro cuerpo, pero que nuestro espíritu vivía antes de venir acá y seguirá viviendo en una realidad diferente que se denomina “el mundo de los espíritus”.

  2. Que tenemos un Padre Celestial y que Él ha diseñado un plan para nosotros. Este plan explica de dónde venimos, por qué estamos aquí ahora y a dónde vamos luego de morir.

  3. Como parte de este plan, Jesucristo es quien nos da la posibilidad de regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial, que es de donde vinimos antes de llegar a esta tierra. Es gracias a que Jesucristo pagó por nuestros pecados y nuestras faltas que podemos ser limpios para volver a la presencia de nuestro Padre.

  4. Pero si deseamos volver con nuestro Padre Celestial y recibir la vida eterna, debemos hacer algunas cosas de nuestra parte para poder ser beneficiarios de ese sacrificio que Su Hijo, Jesucristo, efectuó para nosotros. Debemos ejercer fe en Él, arrepentirnos de lo que nos aleje de nuestro Padre Celestial y llevar a cabo las ordenanzas de salvación (bautismo, confirmación, don del Espíritu Santo, ordenanzas del templo, sellarnos como familias).

  5. Y luego debemos mantenernos firmes, valientes, inamovibles, es decir perseverar hasta el fin.

Creo que hay dos claves para poder percibir espiritualmente y para podernos conectar a esa otra realidad espiritual: son las de buscar ser más humildes y abandonar el egocentrismo (es decir el centrar nuestra vida exclusivamente en nosotros mismos). Sin ellas, difícilmente seremos capaces de sentir la influencia del Espíritu Santo, que es quien dará testimonio de la realidad de Jesucristo y de nuestro Padre Celestial.

¿Cuál es la clave para lograr esas cosas en nuestra vida? Simplemente dejar atrás al hombre natural:

  • Al reconocer nuestras limitaciones, ya que hay límites en lo que el “brazo de la carne” puede lograr. A veces el Señor también nos da debilidades para que aprendamos a ser más humildes (véase Éter 12:27).

  • Al servir desinteresadamente a las otras personas alrededor nuestro: nuestras familias, nuestros amigos, vecinos, colegas de trabajo, etc. Hay que entender que solamente estaremos bien nosotros si los demás también lo están.

  • A veces, el ser probado por acontecimientos dolorosos nos puede hacer cambiar, como consecuencia del sufrimiento y de reconocer nuestra dependencia.

  • Al reconocer cuando estamos distrayendo nuestra mente con asuntos banales, es decir cuando cosas del mundo sin mayor relevancia absorben toda nuestra atención. Apartarnos del permanente “ruido” que proviene de los medios sociales, entretenimiento, deportes, música mundana, etc., y buscar momentos de estudio de las Escrituras, reflexión e introspección.

  • Reconociendo que tenemos un Padre Celestial, quien envió a Su Hijo, Jesucristo, para ser nuestro Salvador y Redentor, y que Él fue mucho más que solamente un gran maestro muy sabio que vivió hace dos milenios.

Al dejar de ver todo exclusivamente a través de los ojos del hombre natural, el Espíritu Santo podrá obrar en nosotros y comenzaremos a abrirnos a la otra realidad: la realidad espiritual.

Además, nos abriremos a la realidad de que Jesucristo restauró Su Iglesia y llamó a un humilde jovencito granjero llamado José Smith hace casi 200 años a que fuera el primer profeta de la Restauración. Podremos leer el Libro de Mormón y preguntar a Dios si es verdadero, y por el poder del Espíritu Santo podremos sentir en nuestra mente y en nuestro corazón que es verdadero. Ahí confirmaremos que esta es realmente una obra maravillosa y un prodigio.

Quiero cerrar con mi firme y seguro testimonio de que yo sé que esta es SU obra, de que esta es SU Iglesia, y que Él, nuestro Señor Jesucristo, la dirige hoy en día a través de nuestro profeta, el presidente Russel M. Nelson. En el nombre de Jesucristo. Amén.