Liahona
El Salvador de todos, un Evangelio para todos
Marzo de 2024


“El Salvador de todos, un Evangelio para todos”, Liahona, marzo de 2024.

El Salvador de todos, un Evangelio para todos

El Evangelio, la Expiación y la Resurrección de Jesucristo bendicen a todos los hijos de Dios.

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Cristo y un hombre paralítico

Christ and the Palsied Man [Cristo y el paralítico], por J. Kirk Richards, prohibida su reproducción

El Evangelio restaurado de Jesucristo es, ante todo y por siempre, la fuente de felicidad duradera, paz verdadera y gozo para todas las personas en estos últimos días. Las bendiciones que fluyen del Evangelio y de la benevolencia ilimitada de Cristo nunca han sido solo para unos pocos elegidos, ni en la antigüedad ni en la época moderna.

No importa cuán inadecuados nos sintamos y a pesar de los pecados que puedan distanciarnos de Él por un tiempo, nuestro Salvador nos asegura que “[nos] extiende sus manos todo el día” (Jacob 6:4) para invitarnos a todos a venir a Él y a sentir Su amor.

Las bendiciones del Evangelio para todo el mundo

El Evangelio de Jesucristo ha sido “restaurado en estos últimos días a fin de satisfacer las necesidades […] de cada nación, tribu, lengua y pueblo que existe sobre la tierra”1. El Evangelio trasciende toda nacionalidad y color al tiempo que cruza todas las barreras culturales para enseñar que “todos son iguales ante Dios” (2 Nefi 26:33)2. El Libro de Mormón es un testigo extraordinario de esa verdad.

Ese gran registro testifica que Cristo se acuerda de todas las naciones (véase 2 Nefi 29:7) y se manifestará “a cuantos en él creen […] [y obrará] grandes milagros, señales y maravillas entre los hijos de los hombres” (2 Nefi 26:13). Entre esos grandes milagros, señales y maravillas se encuentra la propagación del Evangelio. Por lo tanto, enviamos misioneros por todo el mundo para testificar de sus buenas nuevas. También compartimos el Evangelio con quienes nos rodean. El ejercicio de las llaves restauradas del sacerdocio para las personas vivas y las que han fallecido garantiza que la plenitud del Evangelio finalmente estará al alcance de todo hijo e hija de nuestros padres celestiales que haya vivido, viva o vaya a vivir.

La esencia de este Evangelio —el mensaje central de cada profeta y apóstol que ha sido llamado a la obra— es que Jesús es el Cristo y que vino para bendecir a todos. Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, declaramos que Su sacrificio expiatorio es para todo el mundo.

La necesidad de una expiación infinita y eterna

Al ir por todo el mundo, llevo a cabo entrevistas con una gran variedad de miembros de la Iglesia. Me siento inspirado al escuchar cómo sienten las bendiciones de la Expiación de Jesucristo en su vida, incluso cuando confiesan algún pecado que ocurrió hace algún tiempo atrás. ¡Cuán maravilloso es que el consuelo purificador de Su Expiación esté siempre al alcance de todos nosotros!

“Debe efectuarse una expiación”, declaró Amulek, “o de lo contrario, todo el género humano inevitablemente debe perecer”. Estaríamos para siempre “caído[s] y […] perdidos […] de no ser por la expiación”, la cual requirió “un sacrificio infinito y eterno”. Por lo tanto, “no hay nada, a no ser una expiación infinita, que responda por los pecados del mundo” (Alma 34:9, 10, 12).

El gran profeta Jacob también enseñó que porque “la muerte ha pasado sobre todos los hombres […], también es menester que haya un poder de resurrección” para llevarnos a la presencia de Dios (2 Nefi 9:6).

Tanto el pecado como la muerte tenían que ser vencidos. Esa fue la misión del Salvador, la cual llevó a cabo valientemente por todos los hijos de Dios.

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Cristo en Getsemaní

Gethsemane [Getsemaní], por J. Kirk Richards, prohibida su reproducción.

El sacrificio de nuestro Salvador

En Su última noche en la vida terrenal, Jesucristo entró en el Jardín de Getsemaní. Allí, Él se arrodilló entre los olivos y comenzó a descender hacia una profunda agonía que ustedes y yo nunca comprenderemos.

Allí, Él comenzó a tomar sobre Sí los pecados del mundo. Sintió cada dolor, aflicción y pena, y soportó toda la angustia y el sufrimiento que ustedes, yo y toda alma que ha vivido o vivirá alguna vez haya sentido. Ese gran e infinito sufrimiento “hizo que [Él] […], el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro” (Doctrina y Convenios 19:18). Solo Él podía hacerlo.

Tan solo Él fue digno

de efectuar la Expiación.

Él nos abrió la puerta

hacia la exaltación3.

Luego Jesús fue llevado al Calvario y, en el momento más terriblemente injusto de la historia de este mundo, fue crucificado. Nadie podría haberle quitado la vida. Como Hijo Unigénito de Dios, tenía poder sobre la muerte física. Podría haber rogado a Su Padre y legiones de ángeles habrían venido para vencer a Sus verdugos y demostrar Su dominio sobre todas las cosas. Al ser traicionado, Jesús preguntó: “¿Cómo, pues, se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?” (Mateo 26:54).

Por obediencia perfecta a Su Padre —y amor perfecto por nosotros— Jesús voluntariamente dio Su vida y llevó a cabo Su sacrificio expiatorio infinito y eterno, el cual se remonta en el tiempo y avanza por toda la eternidad.

La victoria de nuestro Salvador

Jesús mandó a Sus apóstoles que llevaran a cabo Su obra después de Su muerte. ¿Cómo lo harían? Varios de ellos eran solo pescadores sencillos y ninguno de ellos había recibido capacitación en sinagogas para el ministerio. En ese momento, la Iglesia de Cristo parecía estar destinada a la extinción. Sin embargo, los apóstoles hallaron fortaleza para asumir su llamamiento y forjar la historia del mundo.

¿Qué hizo que la fortaleza viniera de esa aparente debilidad? Frederic Farrar, líder de la Iglesia anglicana y erudito, dijo: “Hay una, y solo una respuesta posible: la resurrección de los muertos. Toda esa vasta revolución se debió al poder de la Resurrección de Cristo”4. Como testigos del Señor resucitado, los Apóstoles sabían que nada podía impedir que esta obra progresara. Su testimonio fue una fuente de poder sustentador a medida que la Iglesia primitiva vencía todas las adversidades.

En esta época de Pascua de Resurrección, como uno de Sus testigos ordenados, declaro que, en una hermosa mañana de domingo, el Señor Jesucristo se levantó de la muerte para fortalecernos y romper los lazos de la muerte para todos. ¡Jesucristo vive! Gracias a Él, la muerte no es nuestro fin. La Resurrección es el don gratuito y universal de Cristo para todos.

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Cristo y María Magdalena en el sepulcro

Christ and Mary at the Tomb [Cristo y María en el sepulcro], por Joseph Brickey

Venid a Cristo

El Evangelio y la Expiación de Jesucristo son para todos, es decir, para cada uno. La única manera en que experimentamos todas las bendiciones del sacrificio expiatorio del Salvador es al aceptar de forma individual Su invitación: “Venid a mí” (Mateo 11:28).

Venimos a Cristo cuando ejercemos fe en Él y nos arrepentimos. Venimos a Él al ser bautizados en Su nombre y recibir el don del Espíritu Santo. Venimos a Él cuando guardamos los mandamientos, recibimos las ordenanzas, honramos los convenios, aceptamos las experiencias en el templo y vivimos la clase de vida que viven los discípulos de Cristo.

A veces se enfrentarán al desánimo y a la desilusión. Tal vez se les rompa el corazón por su propia causa o por causa de alguien a quien aman. Puede que los agobien los pecados de otras personas. Los errores que han cometido, quizás algunos graves, pueden hacerles temer que la paz y la felicidad los hayan dejado para siempre. En esos momentos, recuerden que el Salvador no solo quitó la carga del pecado, sino que además “sufri[ó] dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases” (Alma 7:11), ¡incluso los de ustedes! Gracias a lo que padeció por ustedes, Él sabe personalmente cómo ayudarlos si aceptan Su invitación que cambia vidas: “Venid a mí”.

Todos son bienvenidos

Jesucristo ha dejado en claro que todos los hijos del Padre Celestial tienen el mismo derecho a las bendiciones de Su Evangelio y de Su Expiación. Nos recuerda que “todo hombre tiene tanto privilegio como cualquier otro, y a nadie se le prohíbe” (2 Nefi 26:28).

“Él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres” (2 Nefi 26:33).

“Él invita a todos”, ¡eso significa a todos nosotros! No debemos poner etiquetas superficiales ni distinciones artificiales en nosotros ni en los demás. Nunca debemos poner barreras al amor del Salvador ni permitirnos pensar que nosotros o los demás estamos fuera de Su alcance. Como dije antes: “No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la Expiación de Cristo”5.

En vez de ello, como la hermana Holland y yo enseñamos unos meses antes de su fallecimiento, se nos manda “ten[er] caridad, y esta caridad es amor” (2 Nefi 26:30)6. Ese es el amor que el Salvador nos muestra, porque “Él no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida para traer a todos los hombres a él” (2 Nefi 26:24).

Testifico que el Evangelio y la Expiación de Jesucristo son para todas las personas. Ruego que acepten con gozo las bendiciones que Él brinda.

Notas

  1. Véase Howard W. Hunter, “El Evangelio: Una fe universal”, Liahona, enero de 1992, pág. 19.

  2. Véase Howard W. Hunter, “All Are Alike unto God”, charla fogonera de la Universidad Brigham Young, 4 de febrero de 1979, págs. 1–5, speeches.byu.edu.

  3. En un lejano cerro fue”, Himnos, nro. 119.

  4. Frederic W. Farrar, The Life of Christ, 1994, pág. 656.

  5. Véase Jeffrey R. Holland, “Los obreros de la viña”, Liahona, mayo de 2012, pág. 33.

  6. Véase Jeffrey R. Holland y Patricia T. Holland, “Un futuro lleno de esperanza”, devocional mundial para jóvenes adultos, 8 de enero de 2023, broadcasts.ChurchofJesusChrist.org.